Llega un dÃa Manolo del trabajo y la esposa, que lo esperaba, le dice:
¡Ay, mi vida! ¿Por qué no arreglas esa llave del agua? Mira como gotea.
UbÃcate mi amor, yo no soy plomero, contesta Manolo.
Al otro dÃa, era la puerta la que no abrÃa bien, y la esposa le solicita:
Oye, mi amorcito, la puerta no quiere abrir bien, ¿por qué no arreglas ese picaporte?
UbÃcate mi amor, yo no soy cerrajero.
Al tercer dÃa, era una gotera en el techo la que urgÃa reparar, por lo que la infortunada mujer le reclama al marido:
Oye corazón, ¿por qué no arreglas esa gotera? ¡Pues no es cosa de estar con el agua encima!
UbÃcate mi amor, yo no soy albañil.
A la semana, llega Manolo del trabajo y, ¡oh, milagro!, se encuentra con que la llave del agua ya no goteaba; el picaporte funcionando de maravillas y de la gotera del techo no quedaba ni el recuerdo. Muy contento se acerca a su mujer y le pregunta cómo habÃa resuelto todo eso. Ni corta ni perezosa, la esposa le responde:
¿Te acuerdas del vecino del primer piso, el que siempre nos saluda al pasar? Pues me ofreció arreglarme todas las cosas descompuestas. Y yo a cambio, tenÃa dos opciones: o le preparaba un buen postre para la cena, o él se daba por bien servido con hacer el amor conmigo.
Bueno, ¿y cómo resolviste eso? ¿Te quedó rico el postre?
¡UbÃcate mi amor: yo no soy repostera!