Érase una vez un hombre que le gustaban mucho los monos. Un dÃa en el escaparate de una agencia de viajes ve un cartel: PARAISO AFRODISIACO: VENGA A VER LOS MONOS. El hombre, eufórico, se lo cuenta a su mujer y se suben al avión en busca de los monos.
Cuando están a punto de aterrizar la azafata les explica que está totalmente prohibido llevarse los monos. El último dÃa del viaje, dando una vuelta por la isla, el hombre se encuentra a un mono muy pequeñito. Como su mujer estaba despistada, aprovechó el momento para ponérselo en sus partes y llevárselo a España.
Cuando ya están en el avión de regreso a España, el hombre empieza a morirse de placer a causa del mono que va haciendo de las suyas con su pene. No puede desimular su placer y empieza a gemir. Asà tres veces durante todo el viaje. Su mujer, asustada, le lleva al médico por si ha cogido alguna enfermedad en la isla.
Llegan a la consulta del doctor y éste le pregunta:
Señor, ¿qué le pasa a usted?
No sé, que últimamente me excito muy rápido.
A ver, bájese los pantalones y los calzoncillos.
Se los baja y el doctor encuentra al mono durmiendo:
¡Joder! Un mono durmiendo.
¡Claro! ¡Con los tres biberones que se ha metido!