Este era un negro al que la naturaleza habÃa armado con una lanza tan grande como la de un caballero andante. Por su naturaleza superdotada, el negro desarrolló la manÃa de ser muy cogelón. Cuando acabó de tirarse a todas la mujeres de la comarca, el hombre siguió con todo tipo de animales de sangre caliente, machos y hembras. Ya todo el mundo le tenÃa miedo, hasta las burras, y todo el mundo lo llama el negro cogelón.
Pues un dÃa lo atropelló el tren y murió. Con eso se fue al cielo, donde San Pedro al ver sus antecedentes, lo mandó directo al infierno. El negro rogó y rogó, pero nada, San Pedro firme en su sentencia, lo mandó al infierno.
Pasaron los dÃas, las semanas y los meses, y San Pedro habÃa olvidado al negro cogelón. Pero un dÃa de agosto, en pleno verano, San Pedró sintió que el clima cambiaba bruscamente. Empezó a soplar un aire gélido. Se abrigó y buscó de donde venÃa ese viento, y no lo podÃa creer, el viento se originaba por los lares del infierno.
Pidió permiso a Dios y se fue a explorar la causa del frÃo. Ciertamente en la medida que se acercaba al infierno, todo era frÃo, vio escarcha, rÃos congelados, y esto fue peor cuando finalmente llegó al infierno. Ya no habÃa lava, ni fuego, ni habÃa olor a azufre, en su lugar se veÃa una niebla espesa y el frÃo emanaba de todo objeto sólido. Y dentro de la niebla divisó a todos los diablos de espalda contra la pared, tratando de tomar el sol, pero éste no lo lograba penetrar la niebla. En medio de todos estaba Satán, el rey del infierno, dando diente con diente y friccionándose las manos pretendÃa darse calor.
¿Y por qué hay tanto frÃo? preguntó San Pedro.
Por tu culpa, respondió Satán.
¿Cómo que por mi culpa?, por favor explÃcate, dijo San Pedro.
Pues desde que mandaste al negro cogelón nadie se quiere agachar a recoger leña y carbón para los hornos del infierno…