Un hombre se murió con el pene parado. A la hora de meterlo en el ataúd hubo problemas. Trataron de doblar el pene para todos los lados pero, una vez suelto, se levantaba de nuevo. Entonces, trataron de amarrarlo a una pierna pero se levantaba junto con la pierna. Por fin, un vecino dio consejo:

Córtenlo, engrásenlo y métanselo por el culo para enterrarlo con el cuerpo.

Los presentes lo hallaron razonable y así lo hicieron. Una vez hecho el asunto, notaron que del ojo del muerto salió una lágrima que resbaló por la mejilla. La viuda, al ver la lágrima, musitó dirigiéndose al muerto:

¡Oh, mi querido! ¿Y no eras tú quien decía que esto no dolía?